(Homilia sobre las lecturas del XX Domingo del T.O.)
Las lecturas de hoy destacan el carácter realista de la Sagrada Eucaristía: de que no es solamente una doctrina fascinante o un dogma de fe atractivo – una idea impresionante. No! Nos encontramos con un acontecimiento real: una Persona que nos da realmente su Cuerpo y su Sangre para salvarnos, transformándonos en su misma persona. Aunque tal realismo sólo lo vislumbramos desde la fe.
Hay personas que están dispuestas a dar su vida por una ideología, aunque a veces, a pesar de ser una ideología equivocada. Otras están dispuestas a quitar la vida de otros por defender su convicción o por promoverla. La enseñanza cristiana NO ES una ideología: una ideología es un conjunto de ideas que pretenden transformar al mundo. Lo que Cristo nos enseña NO ES un mero conjunto de ideas transformadoras. Nos da su propio ser: su Cuerpo y su Sangre – no sus ideas – son los que nos dan vida y transforman el mundo.
Si es posible dar la vida por una ideología o una convicción, con mucho más razón tenemos que dar la vida, o mejor, vivirla por una Persona: Cristo, Quien nos la ha ofrecido para que vivamos en Él.
La Primera Lectura del Libro de los Proverbios resume el proyecto de Dios para nosotros al darnos su Hijo Amado. Dios, al querer salvarnos, “ha edificado una casa” – la Iglesia – y “ha labrado sus siete columnas” – los siete sacramentos a través de los cuales recibimos con abundancia la gracia salvadora. (9:1)
Con vista de darnos el verdadero pan del cielo – no como el pan que comieron los Israelitas en el desierto y murieron (Cfr. Jn 6:58) – el Padre “ha preparado el banquete”, “ha mezclado ya el vino”, y ha enviado a sus criadas a anunciar en lo alto de las colinas de la ciudad: “Venid y comed de mi pan, bebed del vino que he mezclado; dejaos de simplezas y viviréis, y dirigíos por los caminos de la inteligencia” (9:5-6).
“¡Gustad y ved que bueno es el Señor!” canta hoy el Salmo Responsorial. Y con más urgencia nos dice San Pablo en la Segunda Lectura de su Carta a los Efesios: “Por tanto, no seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad de Señor” (5: 17). ¡Cuanta insensatez perder el tiempo en muchas otras cosas menos en la mesa del Señor donde Él nos proporciona el “verdadero pan de la vida”!
“Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6: 53). Es tan real como lo ha dicho Jesús que los judíos discutían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Ellos entendieron bien el realismo de las palabras de Cristo. Pero no entendieron que el Señor se refiere al gran milagro – mucho más grande que la multiplicación de los panes: hacer que el pan se convierta en su Cuerpo y el vino, en su Sangre en la Sagrada Eucaristía.
Nosotros tampoco lo entendemos del todo lo que llamamos “transubstanciación”. Pero creemos firmemente porque no hace falta entenderlo del todo para creer. (De la misma manera que no hace falta que la ideología se haga realidad primero para que los fanáticos den su vida por ella.) Creemos en la transubstanciación porque Cristo nos la revela y la aceptamos. Es más, damos nuestra vida por Cristo: o mejor dicho, vivimos la Vida de Cristo dentro de nosotros.
Es así como Cristo quiere salvarnos: transformarnos desde dentro dandonos su vida, cambiar desde dentro nuestro modo de ser, de pensar, de hablar, de actuar, de amar, para hacerlo parecer a su modo. “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (Jn 6: 56). ¿No hemos notado que cuando recibimos a Cristo fielmente en la comunión, nos duele cada día más nuestros pecados y los del mundo, pensamos más en hacer cosas buenas al prójimo, tendemos a ser más comprensibles y amables con los demás, somos más alegres, más esperanzados?
Pues, ¡ésta es la Vida de Cristo en nosotros! Pidamos ahora a la Virgen que nos ayude a vivir esta Vida de Cristo y a ayudar que los demás la vivan también.
Las lecturas de hoy destacan el carácter realista de la Sagrada Eucaristía: de que no es solamente una doctrina fascinante o un dogma de fe atractivo – una idea impresionante. No! Nos encontramos con un acontecimiento real: una Persona que nos da realmente su Cuerpo y su Sangre para salvarnos, transformándonos en su misma persona. Aunque tal realismo sólo lo vislumbramos desde la fe.
Hay personas que están dispuestas a dar su vida por una ideología, aunque a veces, a pesar de ser una ideología equivocada. Otras están dispuestas a quitar la vida de otros por defender su convicción o por promoverla. La enseñanza cristiana NO ES una ideología: una ideología es un conjunto de ideas que pretenden transformar al mundo. Lo que Cristo nos enseña NO ES un mero conjunto de ideas transformadoras. Nos da su propio ser: su Cuerpo y su Sangre – no sus ideas – son los que nos dan vida y transforman el mundo.
Si es posible dar la vida por una ideología o una convicción, con mucho más razón tenemos que dar la vida, o mejor, vivirla por una Persona: Cristo, Quien nos la ha ofrecido para que vivamos en Él.
La Primera Lectura del Libro de los Proverbios resume el proyecto de Dios para nosotros al darnos su Hijo Amado. Dios, al querer salvarnos, “ha edificado una casa” – la Iglesia – y “ha labrado sus siete columnas” – los siete sacramentos a través de los cuales recibimos con abundancia la gracia salvadora. (9:1)
Con vista de darnos el verdadero pan del cielo – no como el pan que comieron los Israelitas en el desierto y murieron (Cfr. Jn 6:58) – el Padre “ha preparado el banquete”, “ha mezclado ya el vino”, y ha enviado a sus criadas a anunciar en lo alto de las colinas de la ciudad: “Venid y comed de mi pan, bebed del vino que he mezclado; dejaos de simplezas y viviréis, y dirigíos por los caminos de la inteligencia” (9:5-6).
“¡Gustad y ved que bueno es el Señor!” canta hoy el Salmo Responsorial. Y con más urgencia nos dice San Pablo en la Segunda Lectura de su Carta a los Efesios: “Por tanto, no seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad de Señor” (5: 17). ¡Cuanta insensatez perder el tiempo en muchas otras cosas menos en la mesa del Señor donde Él nos proporciona el “verdadero pan de la vida”!
“Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6: 53). Es tan real como lo ha dicho Jesús que los judíos discutían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Ellos entendieron bien el realismo de las palabras de Cristo. Pero no entendieron que el Señor se refiere al gran milagro – mucho más grande que la multiplicación de los panes: hacer que el pan se convierta en su Cuerpo y el vino, en su Sangre en la Sagrada Eucaristía.
Nosotros tampoco lo entendemos del todo lo que llamamos “transubstanciación”. Pero creemos firmemente porque no hace falta entenderlo del todo para creer. (De la misma manera que no hace falta que la ideología se haga realidad primero para que los fanáticos den su vida por ella.) Creemos en la transubstanciación porque Cristo nos la revela y la aceptamos. Es más, damos nuestra vida por Cristo: o mejor dicho, vivimos la Vida de Cristo dentro de nosotros.
Es así como Cristo quiere salvarnos: transformarnos desde dentro dandonos su vida, cambiar desde dentro nuestro modo de ser, de pensar, de hablar, de actuar, de amar, para hacerlo parecer a su modo. “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (Jn 6: 56). ¿No hemos notado que cuando recibimos a Cristo fielmente en la comunión, nos duele cada día más nuestros pecados y los del mundo, pensamos más en hacer cosas buenas al prójimo, tendemos a ser más comprensibles y amables con los demás, somos más alegres, más esperanzados?
Pues, ¡ésta es la Vida de Cristo en nosotros! Pidamos ahora a la Virgen que nos ayude a vivir esta Vida de Cristo y a ayudar que los demás la vivan también.
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